Dirección y guión: Kim Ki-duk.
País: Corea del Sur.
Año: 2006.
Duración: 96 min.
Género: Drama.
Interpretación: Sung Hyun-ah (See-hee), Ha Jung-woo (Ji-woo), Park Ji-yun (Seh-hee), Kim Sung-min (doctor), Kim Ji-hyun (Yeon-hee), Kim Bo-nah (Yoon-ah).
Producción: Kim Ki-duk.
Música: Noh Hyung-woo.
Fotografía: Sung Jong-moo.
Montaje: Kim Ki-duk.
Dirección artística: Choi Keun-woo.
Vestuario: Lee Dah-yeon.
NO tengo critica.. solamente decir que es una excelente pelicula.. y no tengo una critica buena por el hecho de que la e visto dos veces pero no logro comprender el final y sin comprender el final.. no puedo dar mi critica.... pero les dejare la critica de otra persona..
Fuente: http://www.labutaca.net/films/45/shigan2.htm
CRÍTICA por Julio Rodríguez Chico
En manos del destino y del amor
Pincelada tras pincelada, el coreano Kim Ki-duk va creando con cada película un universo propio de poesía y contemplación, donde mira en silencio al alma de sus personajes para mostrarnos su desconcierto vital ante los misterios del amor y de un destino que impone la renuncia y el sacrificio. Cine de amor y dolor interiores recogidos, de manera contenida y desgarrada a la vez, con un precioso envoltorio visual para abordar sugerentes e inquietantes historias, con dramas de enorme fuerza pasional que acaba siendo amortiguada y enfriada por una puesta en escena esteticista y metafórica.Después de dos años de noviazgo, Seh-hee teme que su novio Ji-woo se haya cansado de ella, y se fije más en otras chicas en las que encuentre la frescura de la novedad. Un amor sin límites y unos celos enfermizos la empujan entonces a acudir a una clínica de cirugía estética, con la esperanza de que un nuevo rostro permita volver a enamorarle, como la primera vez. Un juego arriesgado cuando los sentimientos están por medio y el tiempo se convierte en un arma de doble filo, cuando la identidad queda en oculto y el recuerdo se va reduciendo a unas fotografías tan verdaderas como perentorias y sustituibles.
La dificultad para amar y dominar unos afectos cambiantes, la soledad y los celos como permanentes amenazas en la vida de la pareja, el tiempo como elemento de maduración o destrucción de ese sentimiento, y la vida como un eterno retorno con ciclos regidos por la ley del destino eran aspectos ya presentes "Samaritan girl", "Hierro 3", "Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera" o "El arco". Ahora Kim Ki-duk se permite profundizar en ese laberinto amoroso concediendo mayor peso antropológico a unos personajes en búsqueda de su identidad: quién soy, quién eres tú, a quién quiero realmente, qué es lo que busco en ti... son preguntas que se hacen en su lucha por trascender las apariencias de un rostro o de una máscara que no hacen sino ocultar un alma enamorada o en permanente inquietud. Interrogantes acerca del objeto del amor y de la realidad que se esconde tras un rostro o un cuerpo que el tiempo se encargará de trasformar, acerca de la necesidad de ser uno mismo y no disfrazarse tras los cánones ideales y fríos que la cultura de la imagen presenta, acerca de la vida y su maduración en la adversidad.
Los conceptos del tiempo como devorador de la vida en su perpetuo recomenzar y del rostro como careta de la propia personalidad son elementos clásicos de la tragedia griega. Pero aquí aparecen tamizados con la sensualidad oriental y el surrealismo modernista, y todo lo efímero y fugaz entra en colisión con lo permanente y estable: es un juego de contrastes y tensiones en el interior del individuo, plásticamente mostrados en árboles centenarios que reciben los golpes de las jóvenes contrariadas en su amor o en las sólidas manos de piedra que acogen a las sucesivas novias que acuden a fotografiarse –a inmortalizar su amor– en el Parque de las Esculturas. Un mundo de metáforas sobre la fragilidad con tazas rotas y trozos de fotografías, con una elegante y cuidada planificación, estudiadas localizaciones de la cámara, composiciones y parajes naturales de extraordinaria belleza, colores cargados de simbología, y una música llena de lirismo donde los silencios cobran especial trascendencia: resulta admirable cuánta expresividad encierra la escena del trasbordador al pasarse la pelota de un niño que juega, o aquélla de la carta con el repetido “te amo” y donde la camarera rescribe su nombre sobre la firma. Una estética preciosista y calculada que se convierte a la vez en su lastre, por su exceso formalista y carácter abstracto, y que provoca el alejamiento del espectador medio, capaz de asombrarse y admirar la cuidada y bella factura o el ritmo repetitivo-cadencioso de su narrativa, pero al que le costará conmoverse y identificarse con los sentimientos de sus protagonistas. Por eso, como en el resto de su producción, Kim Ki-duk exige en el espectador una actitud contemplativa, una sensibilidad hacia la poesía de la propia imagen, y una distancia respecto a unos personajes en los que lo importante es lo que sucede en su interior.
Cine, por último, donde el espacio y el tiempo son también protagonistas, con lugares y situaciones repetidas que pretenden universalizar y otorgar sentido cotidiano a unos conflictos afectivos y existenciales llevados al extremo –recuerda a Lars von Trier y al amor sacrificado e irracional de Bess o Selma–, alejados de la realidad como sus propias formas expresivas. Cine de planteamientos atractivos y de gran belleza lírica que ahora gana en profundidad conceptual, aunque siga navegando por territorios ambiguos y sin un norte claro, como sus protagonistas.
Trailer
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